¿Te puedo tocar el pelo? esta pregunta no se le hacen a los canes. No se les pide permiso. Son animales y gracias al vagaje cultural antropocéntrico que nos domina se otorga el permiso a priori a los humanos de invadir estos cuerpos incivilizados. Cada vez que preguntan si pueden tocar mi cuerpo afrodescendiente, me pongo rabiosa, me encabrono. Hay gente que presupone, en concreto blanca, que disfruto de su negrofilia. Que soy un mono circense o un extraterrestre, la otra, la diferente. Pero por si fuera poco, la mayoría de las veces que gente extraña invade mi cuerpo, NO PIDEN PERMISO. De esta forma, se me infantiliza tanto en el trabajo, de fiesta, en la universidad, en el supermercado, en el autobús y si sigo no paro. Pues, muchas miradas de personas con privilegio racial suelen encajar en la tradición deshumanización de la negritud, con o sin intención. De sentir que se tiene la permivisidad de tocar lo exótico de acuerdo con sus referencias de lo normal. Pareciera yo, estar condenada a ser la perra tercermundista a la que resulta irresistible violar mi cabeza hasta penetrar el cuero cabelludo.
No sentirse cómoda o no ser percibida como profesional por el hecho de no tener naturalmente o llevar el cabello ideal puede ser un real martirio psicológico y físico. Desde despreciarte a ti misma y sentirte carente de belleza hasta que te destruyan tu dignidad induciéndote a quemarte el pelo con plancha y químicos. El trauma colonial y esclavista que Europa ha sembrado en el continente americano ha dejado un legado de afrodescendencia que exige a gritos ser sujeto y no objeto de dfsicursos corpóreos y simbólicos. Dicho de otro modo, reclaman la agencia que les ha sido arrebatada para estipular las pautas culturales o formas de ver la vida que le conciernen a su ser. Sobre todo, que se reconozca que el artículo uno de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la condición de dignidad a priori no es una realidad para las personas afro e indígenas.
Contexto de afrodescendencia hispano-caribeño
En un contexto dominado por la estética blanca, decía Fanon que la persona negra se topa con dificultades en la elaboración de su esquema corporal y que el conocimiento del cuerpo es una actividad únicamente negadora. Frantz Fanon, psiquiatra afrocaribeño, hablaba del desajuste identitario que supone ser negro/a y caribeño/a. Las Antillas es una zona geográfica con una historia colonial esclavista muy particular respecto al resto de América. Junto a Brasil, fue donde más esclavizaron a personas negras de África en el continente.
Cuando te socializas en estos territorios entiendes de manera sugestiva, y a veces directa, que debes actuar acorde a un sistema de valores de belleza blanqueado y forzarte a encajar si es necesario. Una de las manifestaciones físicas de esta realidad simbólica es tener el pelo lacio y socavar cualquier resquicio y sospecha de negritud. No es atractivo tener el pelo “malo” para ligar porque te ves fea y agresiva, para trabajar porque no te ves profesional, o para estudiar porque pareces no tener credibilidad. En fin, no es rentable llevar tu pelo natural si no se parece al de las revistas, pinturas, novelas y películas, empaques de accesorios de muñecas, muñecas, dibujos animados y todo el poder ideológico racista omnipresente.
La inalcanzable búsqueda de la blanquitud para sobrevivir en un contexto poscolonialmente racista, se traduce en situaciones profundas en cuanto a sensaciones. Desde niña te duele el bullying en la escuela, y de adulta te duelen los extremos de rechazo social o de hostigamiento a que «te peines». Los estereotipos negativos que implica tener el pelo afro desatan un dolor inmenso por ser una violencia abismal pero escurridiza hacia el espíritu, la dignidad, autoestima y salud mental de niñas y mujeres negras y afrodescendientas. Sobre todo porque no se considera una cuestión puramente estética. Las perras ya estamos hablando que no.
Contexto de afrodescendencia en Europa
El feminismo ha sido un movimiento que ha reivindicado derechos de sujetos específicos ante necesidades situadas. Históricamente el discurso dominante sobre las necesidades de las mujeres ha sido único e irrebatible, sin olvidar que estas personas venían y vienen de un contexto concreto. Este hecho margina las vivencias de mujeres que no están representadas en las reivindicaciones de estas necesidades. Experiencias blancas de media y media-alta son divulgadas como universales. De este modo, se soslayan las miradas y sensaciones de mujeres indígenas, orientales, negras, afrodescendientas y por tanto todo un universo de saberes.
Es indigno tener que cumplir con cualidades y valores de feminidad concretos para ser humanizada en sociedades heteropatriarcales, cuando realmente no exista una forma neutral de serlo. Es aún más tortuoso estar más lejos de ese modelo pseudo neutral femenino en términos raciales. Existe un canon de belleza femenino muy interiorizado por la colonización occidental del que muchas mujeres están más lejos de cumplir. Esto explica el común desajuste con su negritud del que habla Fanon en muchas personas afrodescendientas en el Caribe y otros territorios en América. Mientras que la experiencia migratoria en Europa de este desajuste se percibe de otra forma. Es más intensa aún cuando la migración de estos cuerpos subalternizados racialmente es hacia el estado que les han colonizado históricamente. En este caso los estereotipos están más establecidos, ha habido propaganda colonial, una masificación de estereotipos para la instrumentalización de estos cuerpos.
La carga negativa que implica tener el pelo afro en territorios colonizados, muchas veces desata una violencia diferente a la de los europeos. La herida hacia el espíritu, dignidad, autoestima y salud mental de niñas, mujeres negras y afrodescendientes en estos últimos es muchas veces negrófila, y por lo tanto más desapercibida. Los lentes de exotismo que portan la mirada blanca eurocentrada parecen elogiantes y algo por lo que dar las gracias. Pero la invasión hacia cuerpos relegados a la otredad es cruel porque se esconde tras de un velo de inofensividad que intenta desacreditar nuestra rabia con esta. Desde esa posición subalterna reivindico esa condición de perra por la cual se me racializa deshumanizándome a mi y a mis hermanas negras. Por lo que me reafirmo como perra indomable que se rebela y le otorga el sentido al término como le da la real gana ante la desigualdad de poder en las relaciones sociales. Una perra que construye contracultura