Como mujer negra migrante de la frontera del Caribe en Sevilla, descendiente de personas esclavizadas, antipatriarcal no-heterosexual, rompo el esperado silencio respecto a uno de los tabúes más feos de los movimientos negros en España: la cultura vertical del macho patriarcal.
Empecé a ser activista con mujeres blancas sevillanas, abolicionistas y universalistas, autoproclamadas de izquierda porque era el frente más visible. Sin embargo, cuando eres negra y vives en Sevilla, una de las ciudades top 3 responsables de la colonialidad y el racismo mundial, y te dicen que estas cuestiones son transversales te das cuenta de que tus necesidades situadas o incumplimientos de derechos no son prioridades y serán pospuestas para nunca.
Ahí fue que viví la apoteósica incorporación a la familia negra. Necesitaba urgentemente luchar con personas que sintieran, al igual que yo, la urgencia de ser anticoloniales y antirracistas. Me uní al grupo más conocido, el colectivo Sevilla Negra. Encontré un espacio donde volcar el trauma transgeneracional de mis antepasadas esclavizadas en el sur de Puerto Rico. Tantos años viviendo en Sevilla sin tener con quién compartir mis saberes negro-caribeños e investigando con dolor mi ancestralidad, la de mi pueblo y las migrantes en España, se aliviaron al unirme al colectivo, siendo la única mujer por casi un año.
Queriéndome salir de lógicas feministas blancas, donde se piensa que la lucha antipatriarcal debe ser encabezada por mujeres cis únicamente, estaba convencida (y aún lo estoy) de que la lucha contra los sistemas de opresión siempre debe ser indivisible y comunitaria. Por lo tanto, esta reflexión no debe ser aprovechada por este movimiento excluyente y racista, con su punto algido en el 8M, para justificar estereotipos del hombre negro peligroso.
Momentos hermosos en colectividad negra-masculina cis ocurrieron. Sin embargo, momentos de enfrentamiento patriarcal también. Y utilizo la palabra enfrentamiento, porque yo nunca he sido la mujer frágil normativa que el feminismo blanco establece como el prejuicio universal, y nunca callé ante algún gesto de verticalidad patriarcal. No obstante, tampoco soy la estereotipada mujer negra enfadada/animal, agresiva, violenta para todo, aunque si bien soy consciente de que incluso en mi propio colectivo negro masculino, han podido percibirme como tal en múltiples momentos.
Una época memorable de esto último ocurrió cuando personas blancas, autoproclamadas antirracistas, pero con conductas de vampirismo de subvenciones de proyectos, intentaron dominar al colectivo tal y como en la época de la plantación. Saqué las garras. Compañeros hombres del colectivo me tildaron de conflictiva por abrir la boca. Gracias a mi “agresividad” prevalecimos ante la dominación sin filtros de hombres blancos con podcasts “decoloniales”, redactores para Amnistía Internacional y DJ de músicas del sur global…
Más tarde, con mi insistencia rebelde “de mujer negra caribeña enfadada”, logramos la victoria de apartar a estos carroñeros. Nunca celebramos esto como colectivo, ni hablamos de nuestros sentires respecto a ello, a pesar de que todos sufrimos graves problemas de salud mental derivados de aquel intento de subordinación racista. Como decimos en Puerto Rico, la presión era real. Seguimos trabajando por la dignidad negra sin hablar de cómo nos sentíamos respecto a los roles de poder. El hecho de que yo, como única mujer en esta ecuación, sacara la cara por el colectivo y tildada de conflictiva hacía que poco a poco se lastimara esa cosa que habitaba en mi corazón de que yo soy Sevilla Negra, SOY PORQUE SOMOS. Nunca hubo una cultura de cuidado. Poco a poco sentía quebrarse la idea de que tenía más en común con hombres negros antirracistas que con las feministas blancas.
Y me gustaría insistir en la idea de colectivo. Cometí el error de pensar que como la lucha antirracista y decolonial es tan noble y justa, llevaría consigo la antipatriarcal. Ingenuamente pensé, que independientemente del género, los miembros del grupo con un buen grado de implicación en los trabajos del mismo tendríamos un reconocimiento equitativo. Y ya no solo por el hecho valorar lo que cada integrante de Sevilla Negra ha hecho para su crecimiento, sino por la lógica democrática y horizontal propia de un colectivo social. Pero ya no era solo cuestión de reconocimiento, de cuidado al valorar el trabajo de manera equitativa, sino que las decisiones no se toman en colectivo sino por los hombres de la cúpula de la asociación. Utilizando la palabra con la que una vez me intentaron justificar las recurrentes decisiones unilaterales: entre machos.
La mayoría de las veces, los hombres de la cúpula tomaban estas decisiones unilaterales y el resto del colectivo se enteraba de estas cuando ya eran ejecutadas y publicadas en redes sociales. Incluso, hubo hombres miembros que se quejaron de esta verticalidad, pero terminaron cediendo a la necesidad imperiosa de esta cultura despótica. Después de casi un año con estas conductas verticales se unió otra mujer, y qué casualidad que también criticaba esta cultura patriarcal vertical que yo ya había hecho, pero que, por su constancia, nos etiquetaban como las que no aportaban al crecimiento del colectivo. En Sevilla Negra siempre ha sido imprescindible la fraternidad masculina incondicional para ser reconocida como miembro. Tanto así, que en una ficha interna de reconocimiento de aportaciones ya hechas a la asociación, todos los hombres estaban reconocidos en las tareas de más envergadura y esfuerzo, mientras que las únicas dos mujeres figurabámos como meras colaboradoras rasas.
Ante esto tampoco me callé, y lo dije con todo el cariño del mundo. Es decir, a pesar de ya estar un año y medio aguantando estas conductas de macho alfa, tenía la esperanza de que esa cúpula nos diera el respeto y el valor que les estaban brindando a hombres que habían llegado recientemente a la organización. Tenía la ilusión de que tuvieran disposición de deconstruirse ante la antipatriarcalidad. Pero bien que dieron el puño en la mesa reafirmando: esto funciona así y se acabó. Se piensan que el horizonte antirracista afrocentrado viene por exclusiva arte de magia masculina.
Estoy segura de que habrá mucho escepticismo con este texto. No es sorpresa para mí que los saberes que emanan de cuerpos como el mío sean infravalorados y puestos en duda frente a la palabra de hombres o mujeres blancas. Pero, cuando acudas a algún evento o reunión de Sevilla Negra, hazte la pregunta, primero: ¿cuántas mujeres o personas no binarias hay ahí con algún rol constante y equitativo? y no me vengan con que hay una o dos. Tal y como denunciamos el tokenismo blanco, podríamos también hacerlo con los movimientos sociales antirracistas dominados por hombres. Ya ni te digo si quieres conocer la cultura política de la asociación, porque son cosas internas que son ampliamente respaldadas en fraternidad masculina.
Es por esto que anuncio mi ruptura con la patriarcalidad negra que abarrota los colectivos negros. Es por esto que anuncio mi ruptura con toda relación de dominación. Deseo que Sevilla Negra siga impulsando las gestas antirracistas tan necesarias para la ciudad. Seguirán siendo una parte importante de mi vida, como mujer negra afrodescendiente viviendo en Sevilla, pero mi horizonte de dignidad contempla una realidad no sólo libre de racismo y colonialidad, sino también de patriarcalidad.
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